Emociones de otoño porteño
Actualizado: 21 mar 2022

Recuerdo que, un día gris, me senté en el rincón favorito del monoambiente que habitaba en ese entonces: un hermoso balcón con vista a un bulevar repleto de árboles inmensos típico de la Ciudad de Buenos Aires. Dispuse mi mate (recién preparado) en la mesa ratona de madera y, mientras estiraba las piernas sobre ella dejando caer los crocs al suelo, me desplomé en el sillón (a juego) de dos cuerpos. Debo admitir que esos días con lluvias tenues pero abundantes, fríos, silenciosos... me generan cierta nostalgia... cierta melancolía...

Con la infusión bien caliente, caminé -en medias de lana- hacia la baranda. Las hojas de los árboles danzaban en ellos al compás del viento para, luego, morir sobre el asfalto. ¡Qué feo este clima! ¡Qué angustia! Pensé. Mientras me hundía en mis pensamientos, observé que en un banco del bulevar estaba sentado un gran amigo mío. La sonrisa se dibujó de inmediato en mi rostro; no lo veía hace tiempo. Tal era mi euforia que corrí a ponerme algún abrigo y zapatillas para poder bajar, cuanto antes, a abrazarlo.
Así fue como, al poco tiempo, estaba en el bulevar pateando las hojas gritando: ¡Iván! ¡Iván! Él giró. Me miró fijo a los ojos, perdido. Las lágrimas bañaban su cara. Lo abracé con fuerza mientras solté, como pude, algunas palabras: ¡Iván! ¡Tantos años! ¿Por qué llorás así? ¿Estás bien? Iván se soltó del abrazo con algo de rudeza, como si se hubiera ofendido. Tomó con sus manos mis brazos, dándome un sacudón. Señalando el follaje del suelo y aquellos que aún volaban, me dijo: No lloro de tristeza. Lloro de emoción... ¡Mirá lo hermoso que es el otoño!