La cárcel de Clara
Actualizado: 3 sept 2022
Esa tarde, lo dijo: ”Es que yo…” hizo una breve pausa ”necesito ser libre”.
La cafetería en donde nos encontramos aquel día estaba -para nuestra sorpresa- vacía. Los sonidos de las tazas mientras las acomodaban parecían llamadores de ángeles. En el medio de la atmósfera perfecta: nosotras. Clara no podía controlar su llanto ni los movimientos que realizaba su cuerpo… temblaba como si estuviera desnuda en la nieve. ”Es que…¡mirá!” decía con tono imperativo al mismo tiempo que tomaba su teléfono móvil: Facundo llamaba con la misma insistencia con la que Clara intentaba explicarme algo, hasta el momento, inentendible para mí.
Pasamos horas hablando. Si tuviera que medir el tiempo en cafés, diría que fueron cinco. Mi amiga no podía encontrar la manera para salir de la cárcel que habitaba.
Tres años de relación fue lo que necesitó Facundo para proponerle casamiento; dos noches fueron las que necesitó Paula para iluminar los barrotes que encerraban a Clara.
Así, entre infusiones y cigarrillos, descubrimos juntas que el amor no se puede medir en tiempo y que con una mirada alcanza para que pongan el mundo al revés.
Clara todavía sigue poniéndole nombre a sus barrotes: la solución para que desaparezcan. Facundo entendió que no podía reparar lo que ya estaba roto. Y Paula… ”mi amor, te voy a estar esperando” fue el último mensaje que le envió.